¿Le tomó el pulso?

- ¿Está seguro? ¿Le tomó el pulso?- preguntó una voz del otro lado del teléfono. Reynaldo se limpió los lentes con la camisa del uniforme y volvió a mirar los sesos desparramados por la sala del cuerpo sin vida de Don Ottavio.

Se tomó un segundo para responder, más por respeto que porque de verdad estuviese tomándole el pulso a un cuerpo sin cabeza. La voz del otro lado del teléfono era la del Comisario.

- Seguro, señor Comisario.- Reynaldo hizo un esfuerzo para no tener arcadas.

El Comisario apareció en la casa a los pocos minutos y se encontró con un Reynaldo asqueado, vomitando en el patio delantero de la casa mientras la imagen del cuerpo de Don Ottavio se repetía sobre su cabeza sin cesar. El Comisario entró a paso lento, tomando su tiempo para digerir lo que había puesto a Reynaldo en tal situación.

El olor era repugnante, aunque el Comisario no supo decir si se debía a que Ottavio se había matado días atrás y su cuerpo había entrado en proceso de descomposición, o al olor a viejo que tenía la casa de un hombre de 93 años. ¿Qué ganas puede uno tener de matarse de esa manera cuando el fin ya está por llegar?, se preguntó el Comisario. Probablemente, si no hubiera comido una noche, sus huesos se hubieran volado con el viento de lo flaquito que estaba, y nos hubiera hecho la vida más fácil a todos. El Comisario tomó el teléfono y se comunicó con el Gobernador.

- ¿Muerto? ¿Está seguro? ¿Le tomó el pulso?.- Y tal como hizo Reynaldo, el Comisario mantuvo el silencio por unos segundos, mientras sus ojos seguían inspeccionando el cuerpo del viejo, molesto por haberle hecho la vida tan difícil.

Vale la pena remarcar que dos años atrás (la última vez que alguien había muerto en Warnes), el más terrible de los sucesos aconteció en el pueblo. La joven Juana, la encargada del almacén, fue encontrada en el piso del negocio, con latas de atún por todos lados, un brazo sobre uno de los estantes y otro bajo su espalda. El que la encontró fue nada más y nada menos que el Comisario, que buscaba un paquete de yerba para el mate que se le había caído en el auto y no tenía tiempo de ir a su casa. En su apuro por conseguir el mate, la declaró muerta, llamó al Señor Ottavio para que organice el funeral, a Reynaldo para que cierre el almacén, y se volvió al auto.

Al día siguiente, en una procesión que incluyó a todo el pueblo, con ciento treinta y siete personas, trece perros y un gato, de Juana, que se había acercado probablemente por ese instinto que tienen los animales, el señor Ottavio comenzó a enterrar el cuerpo de la muchacha Juana, con el ruido de pañuelos y lágrimas como banda sonora. Mientras hacía un esfuerzo para levantar la tierra, con esos brazos que, a pesar de ser más fuertes que el día de su muerte, ya empezaban a demostrar cierta debilidad, el gato saltó sobre el ataúd y maulló mientras raspaba la tapa. Los llantos crecieron, y algunas viejas hicieron ese ruido que hace la gente cuando algo les da ternura. Ottavio gruñó, porque era así como se comunicaba por la falta de dientes, y tiró tierra sobre el gato, que saltó justo antes de quedarse atrapado. Y mientras la gente recriminaba al viejo Ottavio por amargado y violento, se oyó un ruido dentro del ataúd. El pueblo entero se lanzó sobre él, lo llevaron hacia arriba, y se encontraron con Juana, quien sufría un ataque de pánico, pero estaba con vida. Es por eso que ahora, cuando alguien parece muerto en el pueblo de Warnes, se le toma el pulso.

- Sí, seguro.-  respondió el Comisario.

- ¿Y ahora?-

El Comisario no estaba seguro de qué responder. Ahora, en general, llamaría a Ottavio y dejaría las cosas en sus manos y las de Reynaldo, pero este estaba descompuesto en el patio de la casa y el primero desparramado por la cocina.

- Habría que avisar al pueblo.-

Luego se organizó una asamblea con todos los habitantes del pueblo, incluyendo a Juana, quien miraba al Comisario con un rencor bien merecido, a pesar de los intentos fallidos de este por disculparse. El único que faltaba esa tarde era el viejo Ottavio, valga la redundancia, a lo que la señora Helen saltó de su asiento con un grito exagerado.

- No lo puedo creer.-

La mayoría de los reunidos se miraron entre ellos, intentando entender a qué se debía semejante disrupción de sus rutinas. Y uno a uno fueron dándose cuenta de que el viejo, que imposible, que como que imposible si no podía ni caminar, ni hablar agregó otro, es verdad, ni hablar volvió a decir el anterior, pero si lo vieron ayer caminando por el pueblo, que la muerte llega así dijo uno, un día se está bien y al otro muerto, no sea maleducado le respondió una señora, y el Gobernador pidió silencio, pero la gente siguió hablando, y el Gobernador habló gritando  para ser escuchado.

- La razón por la que estamos aquí no es para decidir si si o si no esta muerto, porque esta muerto, creanme. La razón, es porque necesitamos a alguien que se encargue de su funeral.- Y entonces el pueblo hizo silencio, y otra vez se miraron unos a otros, esperando respuesta.

El silencio fue interrumpido por Horacio, el pibe más joven del pueblo. - ¿Estamos seguros de que se murió? Quizás sigue vivo, como le pasó a la señorita…- dijo, y miró de reojo a Juana. Era un tema que no se hablaba en el pueblo.

El Gobernador miró al Comisario, quien dio un paso al frente y habló como se jura a la bandera, "Sí, seguro", con el pecho en alto y la cabeza recta procurando mantener la mirada lejos de Juana. Y el silencio volvió a tomar lugar en el establecimiento. Pasó el tiempo y nadie parecía querer tomar las riendas, entonces al Comisario se le ocurrió una idea.

- ¿ Alguien vio la casa en la que vive… vivía el viejo?- Una pausa para dejar que los murmullos del pueblo se disiparan. - Es la única funeraria en toda la localidad, gente de todas partes viene a enterrar a sus muertos con el señor Ottavio.- Lo cual era una absoluta mentira, ya que en los últimos dos años había enterrado a dos personas, y una de ellas le tuvo que devolver el dinero porque seguía con vida. En verdad, la casa la había heredado del antiguo dueño de la funeraria que, en algún momento cuando el pueblo estaba en auge, había hecho mucha plata.

Y entonces el establecimiento estalló en gritos, y manos en alto, y gente ofreciendo sus servicios, "Yo que ni me interesa el almacén", dijo Juana, "el taller ya ni me da de comer yo lo hago", anunció Jorge, hasta Reynaldo dijo que él estaba dispuesto, ganandose así un cachetazo en la nuca del Comisario que lo puso de nuevo en su lugar. Fue entonces que el Gobernador de Warnes decidió hacer una competencia para el nuevo director de la funeraria del pueblo.

El Gobernador de un Pueblo Cercano lo llamó a las pocas horas. Y luego de preguntarle si estaba seguro y que si le había tomado el pulso, le indicó que mandaría dos interesados. Como lo había requerido el Gobernador, el de Warnes no el de Pueblo Cercano, que nada tiene que ver con la competencia, a las cinco de la tarde de ese mismo día seis personas presentaron distintas ideas para el funeral del señor Ottavio. Junto al Comisario, pasaron una hora mirando las presentaciones hechas a mano en distintos tipos de papeles, servilletas, páginas de libros y más. Y entre un partido de fútbol con el ataúd en el medio (Ottavio amaba el fútbol aunque esto no hacía a la idea para nada más inteligente), un bote que se llevara a Ottavio por el arroyo de San Pequéz, y un entierro en una cueva (obviamente esta fue idea del cura), parecía que nadie tenía una idea clara de cómo levantar a un cuerpo cuyos sesos habían sido regados por toda la cocina, y el Gobernador tuvo que salir a admitir que, en verdad, el señor Ottavio era un pobre hombre y enseguida todos quitaron sus candidaturas.

En ese momento, mientras el Gobernador se paraba frente al establecimiento, en donde también se encontraban trece perros y el gato de Juana, probablemente feliz por la muerte del viejo, fue que se apareció Reynaldo.

- Señor, he encontrado a alguien. Su nombre es Ottavio. Dice ser el hijo del señor Ottavio.- Anunció, y el pueblo entero explotó en una exclamación de sorpresa y los murmullos se fueron elevando hasta que se convirtieron en gritos.

- Hágalo pasar- Dijo el Gobernador. Y entonces entró un hombre alto, de tez morena y caderas anchas que parecía tener descendencia del norte más que europea, como la del señor Ottavio, de la que tan orgulloso estaba a pesar de que él había nacido y crecido en Warnes y lo más lejos que había llegado fue al arroyo de San Pequéz. Por eso, alguien había sugerido ponerlo en un bote y dejarlo que siga el recorrido del arroyo. A pesar de su absoluta falta de parecidos, el Gobernador vio su oportunidad. - Ah, pero si es igual a su padre.- La gente del pueblo pareció desconcertada.

- Sí, en lo blanco del ojo y en lo negro del culo.-  exclamó Juana. Y las risas estallaron,  uy otros siguieron haciendo chistes, tan inteligentes como el de Juana, pero poco a poco se fueron dando cuenta de la idea del Gobernador quien había visto en ese gordo norteño una solución a sus problemas, y el pueblo entero exclamó al simultaneo cuán parecidos eran el viejo Ottavio y el joven Ottavio.

Esa misma tarde, sin perder el tiempo,  el joven se puso a limpiar, levantar y preparar el cuerpo para el entierro. A la mañana siguiente, el entierro se manejó de la misma manera que todos los que había organizado el viejo y la gente se preguntó si en verdad era el hijo del padre. El gato saltó sobre el ataúd y por un segundo los corazones de todos se detuvieron. El joven frenó y miró al Comisario. 

- ¿Está seguro de que está muerto? ¿Le tomaron el pulso?- preguntó. Pero el gato mismo le respondió defecando sobre el ataúd y volviendo a colocarse junto a su dueña y el joven Ottavio prosiguió tirando tierra sobre su padre.

En un mes, dos personas murieron en el pueblo. Al mes siguiente, fallecieron tres más y algunas en los pueblos cercanos. Todos fueron enterrados por Ottavio, quien decidió agregarle una nueva habitación a su mansión con la plata que consiguió. La gente comenzó a preguntarse si el joven tenía algo que ver con las muertes, pero el Comisario decidió que, si así era, era mejor dejarlo, porque si lo mataban, nadie iba a encargarse de su entierro y algún otro hijo de Ottavio aparecería y con uno ya tenían suficiente.

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